miércoles, septiembre 19, 2007

Una visión pesimista de la literatura

Decía un amigo mío hace unos días:

-¿No te llama la atención que la biografía de la mayoría de los escritores actuales sea una relación de los premios recibidos? Aparte de algunos datos más sobre dónde ha vivido o trabajado. Poco o nada sobre su especificidad humana, nada sobre su mundo literario o la historia de su alma. Lo que caracteriza a un escritor no es dónde ha vivido o trabajado (mera anécdota) o los premios recibidos (que al fin y al cabo sólo es índice de lo que han gustado sus libros a otros escritores o a los editores de sus libros). En la actualidad todo se reduce a objeto de mercado y entre tanta letra impresa o digital –los nuevos medios electrónicos- lo que importa no es lo que se dice, ni cómo se dice, sino su apariencia, expresada en datos objetivos y cuantificables en un curriculum de méritos profesionales…

-Creo que exageras.

Como se ve mi amigo es dado a las exageraciones, que justifica porque a través de ellas dibuja con trazos gruesos, hasta hacer visibles, las realidades que a fuerza de ser comunes ya ni siquiera vemos. Caminamos por la Gran Vía de Madrid, abarrotada de gente anónima, mezclada con el humo y el ruido que nadie oye.

-Que yo sepa, hasta la generalización de la economía de mercado y la transformación de la literatura y del arte en un objeto de consumo más, a ningún escritor se le identificaba por sus premios literarios o parecidos méritos. No es que no existieran, en los mundillos artísticos y literarios, chanchullos y mamoneos, amigismos, puñaladas traperas y demás. El hombre es estúpido y malo, si no por naturaleza al menos por costumbre. Negar la valía de los otros parece que engrandece o al menos quita de en medio a los rivales… pero, así como antaño lo que estaba en juego era la gloria, ahora es una cuota de mercado. Uno tiene que comer todos los días y comprar una casa y un coche y viajar… y a nadie amarga un dulce… cuando se eleva el nivel de vida los gastos suben. A todos nos gusta vivir bien, la buena vida es cara. Detrás de la defensa de las propias cosmovisiones, razones e ideales muchas veces no se halla sino la necesidad de defender un puesto de trabajo, Ay, qué poco de esto es tenido en cuenta por los sociólogos e historiadores.

-Hombre, yo creo que quizá…

Una marea de rostros que viene y va se enfrenta a nuestras miradas, cuerpos que tropiezan o se rozan apenas, ojos que se funden un instante en uno solo y, luego, siguen su camino hacia el abismo interior, la cárcel propia, donde no existe nadie, sólo la pequeñez de uno mismo. Ámbitos cerrados, incomunicados, fragmentados de la corriente común… por la Gran Vía.

-Arthur Rimbaud asiste a los cenáculos literarios de París con Verlaine, su nuevo amigo y protector. Allí se leen versos de los próceres de la poesía (los triunfadores del momento, los que están donde hay que estar) que el joven recibe con burlas, impertinencias y salidas de tono. Ellos se enfadan, protestan. Él se les enfrenta, se sabe tan enorme… el futuro es suyo y sin embargo, ahora, es sólo un mequetrefe ante ellos. Nadie le entiende. Se considera que escribe mal porque escribe diferente. Sólo Verlaine le protege.
-Sin embargo, para escribir bien no es suficiente con escribir diferente.
-De acuerdo, pero yo voy a que la mala poesía, según la consideración de los entendidos de entonces (excepto de su protector y amigo), fue el comienzo de la poesía del siglo XX y a que eso fue posible porque Rimbaud no aceptó las normas impuestas por el mundillo (nunca mejor puesto el diminutivo) literario de la época. Existen tantos prejuicios en los escritores sobre lo que está bien o mal escrito. Por ejemplo, la pulcritud en el estilo que obliga a cierto falso orden (el producto ha de quedar perfectamente envasado, empaquetado y esterilizado, como corresponde a todo producto industrial de literatura enlatada); por ejemplo, la norma lingüística (como aceptación del poder oficial, académico) que aleja a la literatura escrita del flujo libre del pensamiento y de lo dicho (lo real); los patrones establecidos por los maestros (sumisión a las autoridades); las escuelas literarias establecidas (que ayuda al reconocimiento del producto como marca comercial); incluso, el acomodamiento a la antigua retórica (como una manera conseguir prestigio y lustre). El logro de Rimbaud fue escribir como era él mismo. Hoy, sus contradictores, a través de sus epígonos, lo han convertido en un nuevo producto listo para la venta.
-Pero, si en lugar de hacerte amigos que te ayuden a publicar tus libros intentas ser tú mismo te quedas al margen o simplemente no existes. A no ser que algún verlaine te descubra.
-Pues, bien yo me pregunto: ¿existe un verlaine para los rimbaud de hoy? Imposible responder. Sin embargo, creo que es improbable que exista. Los verlaine de hoy mismo están más preocupados de defender su propia cuota de mercado que de proteger a los nuevos valores.
-Por lo que, según tu teoría, hoy a ningún innovador le cabe esperar siquiera el apoyo y reconocimiento de sus colegas contemporáneos, como el que tuvo, por ejemplo, Valle-Inclán a pesar de que sus obras tenían escasa aceptación del publico, pues por la ley del mercado nos hemos convertido todos en inflexibles competidores. Pues bien, creo que exageras y tratas de enmendar la plana a los profesionales. Además, siempre queda la posibilidad de darse a conocer publicando un blog…
- …que nadie lea, pues como tú sabes incluso el libre mundo de las autopistas virtuales está siendo controlado por los publicistas de los medios dominados por los grupos editoriales. Te puedes pudrir en tu cárcel de bits esperando ser descubierto por cualquier verlaine que a todas luces es improbable que exista.

Mi amigo se detiene: mira un punto indefinido en algún lugar del ángel de Metrópolis. Un instante después, su mirada se encuentra con la mía: sus ojos refulgen y vuelan lejos con alas de metal.

-Bien mirado –concluye- no es de extrañar si tenemos en cuenta cómo terminó aquella historia. Ya sabes, su escapada a Londres y su pelea posterior, que acabó a tiros.

La muchedumbre nos envuelve confinándonos a ese gris anonimato de las grandes ciudades. Yo voy pensado en Verlaine, en Rimbaud y en lo lejos que queda para nosotros su mundo y su concepción de la literatura. Hemos aprendido en los libros y el mundo, tal y como es en realidad hoy día, resulta tan diferente, que toda aproximación literaria parece mera especulación. La literatura, actualmente, está en esos rostros anónimos e indiferentes, en esos cerebros estructurados según las leyes del marketing, en esos cuerpos que caminan de mercado en mercado guiados por los ideólogos, los escritores publicistas.


Luis Lucena Canales

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