El problema de Occidente es que por el proceso de abstracción, conceptualización y secularización del pensamiento hemos sido desposeídos de nuestra relación con la vida, que no es posible desligar de los procesos de la naturaleza. Trato de reestablecer esa relación perdida, de manera similar a como lo hacen los pueblos indígenas o tradicionales y recuperar, por tanto, nuestra visión primigenia, nuestra visión indígena del mundo, para articular en torno a ella nuestra relación con el entorno.
Si bien por la secularización de la sociedad ya no se precisan sacerdotes muchos de los intelectuales modernos siguen lanzándonos sermones laicos desde sus púlpitos de los mass-media. Otros, desencantados de las utopías sociales que les proporcionaban cierto sentido de la existencia, se entregan a una práctica evasiva, dispersadora, enredados en sentimentalismos que son un auténtico canto a lo mediocre del ser humano. Aunque algunos, que practicaron esa forma de no poesía llamada de la experiencia, comienzan ahora a hablar de reencantar al mundo, porque dejar de lado nuestro sentimiento religioso, simbólico, mitológico… no es posible. Dice Heidegger que “suponiendo que la ‘Mitología’ no es una teoría de los dioses que los hombres se inventan porque todavía no están maduros para una Física y Química exactas, suponiendo que la Mitología es el ‘proceso’ histórico en el que el Ser mismo aparece poéticamente, entonces, el pensar, en el sentido de pensar esencial, está en una relación originaria con la poesía.”
En todo el mundo hay una corriente que se expresa de muchas maneras (ecología, vida y alimentación natural, nuevas terapias, gusto por lo étnico, por otras culturas diferentes a la nuestra, músicas del mundo, etc.) que intenta recuperar esa perdida visión del mundo, y aunque a veces esto es sólo moda, una frivolidad más de los refinados occidentales, no deja de ser un síntoma, mientras muchos otros aún siguen aferrados a esa visión del mundo que habla de progreso, utopías sociales, etc. Necesitamos, pues, una nueva poética, no para no perderse ya que estamos perdidos, sino para reencontrarnos. Quizá el chamanismo, al no apoyarse en ninguna institución, sino en el individuo creador, el chamán entendido como poeta-artista-sanador, sea la fórmula más idónea, con las cosmovisiones tradicionales e indígenas (que conservan todavía mucho del chamanismo primordial) para nuestra época postmoderna.
La escritura es hoy por hoy el mejor instrumento para no entenderse. Somos dignos hijos de Babel. Sin embargo, quizá nos quede una esperanza si reconstruimos aquella famosa torre del origen y volvemos al único lenguaje posible: el lenguaje de los ángeles o de los pájaros que hablaba el rey Salomón, el lenguaje de los símbolos primordiales nacido de nuestra visión primaria del mundo, cuando el pensamiento aún no se había escindido de los procesos energéticos del entorno. Y ese lenguaje tiene mucho que ver con la geometría (expresión de lo simultáneo), con la alquimia (lenguaje de la energía sin hacer distinción entre dentro-fuera), de la astrología (expresión de la energía en el cielo en su relación con la tierra) y con una gran diversidad de prácticas artístico-terapéuticas de todos los pueblos del mundo… y con la cábala (que trata sobre el significado cualitativo de los números, como el pitagorismo, y de las letras, el alfabeto sagrado cuyo significado se ha perdido).
Estas y otras disciplinas son nuestra tradición, aunque no nos guste. Y no nos gusta porque en los últimos tres siglos han sido desprestigiadas por los racionalistas. Pero el racionalismo no es sino una parte muy pequeña de nuestra tradición. Los científicos hasta la Ilustración no rechazaron estas disciplinas, al contrario les concedían credibilidad, las estudiaban. Hablo de científicos como Kepler o Newton. Newton, por ejemplo, era un apasionado de la Astrología y de la Alquimia. Peter Watson, en Ideas, Historia Intelectual de la Humanidad, menciona que quizá “… lo más sorprendente de todo sea, que los estudios más recientes sugieren que los descubrimientos científicos de Newton, que cambiaron al mundo, podrían no haber sido realizados nunca, de no ser por sus investigaciones alquímicas.” Lo cual es considerado, por los científicos actuales, residuo de la superstición antigua en el científico, sencillamente porque ellos ignoran todo lo referente a este arte y son incapaces de comprenderlo a causa de sus propios planteamientos reduccionistas. No estoy propugnando una vuelta a la astrología, a la cábala o a la alquimia como explicación definitiva del mundo y que, por tanto, anule los conocimientos de la ciencia moderna, sino su consideración como conocimientos relevantes sobre el hombre y el cosmos.
Ese lenguaje que nos religa con nuestros antepasados comunes, con las culturas tradicionales e indígenas de todo el mundo, que tiene que ver con las voces naturales ligadas a las emociones expresadas por símbolos universales inseparables de la emoción, el ritmo, el tono: las “palabras depuradas de toda ideología”, las “claras y divinas músicas” de Valle-Inclán. El lenguaje de los pájaros o de los “ángulos” (Lawlor), de las divinas proporciones en la tierra. El lenguaje del fuego y del aire unido al lenguaje de la sangre que, según la terminología de Lorca es el lenguaje del duende, porque el arte “no es cuestión de facultad, sino de verdadero estilo vivo; es decir, de sangre; es decir, de viejísima cultura, de creación en acto“.
¿Sería, pues, posible, partiendo de Lorca, una poesía del duende, de la musa y del ángel? Cada cual en su sitio, cumpliendo su función. Porque quien no está en contacto con la musa se pierde y quien no conoce la lengua de los ángeles es como una hoja barrida por el viento que no puede dejar de llorar su incomprensible destino. El artista, el poeta actual, demasiado entregado a la técnica, es un poeta inspirado por la musa que ha perdido definitivamente al duende. Un poeta que se complace en sus experiencias, en su sentimiento propio es un poeta sordo para el rumor común de la sangre y para los universales resplandores del ángel.
Necesitamos una poética
Una poética que no sea una mera declaración de principios, no una toma de partido que apuesta por un determinado punto de vista contra otros. Una detallada descripción del proceso creador, es lo que corresponde al poeta. A lo largo de los siglos ha habido muchas clases de poetas y de poesía, desde el juglar al adivino o al profeta. Todos se resumen en la figura del teúrgo o mago, el investigador de los procesos creadores. La poesía no necesita manifiestos sobre contenidos, ideas o formas sino la creación de un lenguaje ligado al ser humano total, cívico y heroico, empírico y metafísico, naturalista y simbólico, de cualquier religión, cultura o ideología…
En el caos de la era de la información el poeta, el hombre perdido se vuelve hacia sí mismo. ¿Se dará cuenta este hombre que dentro es fuera y fuera es dentro? ¿Puede esperar el poeta a que el resto de los hombres se den cuenta de eso? ¿Ha de seguir la corriente del aparentemente intrascendente juego que lleva al abismo? El arte, la poesía es mucho más que una puesta en escena, un simulacro. No teme los afectos, acepta su servidumbre. La poesía auténtica enlaza con el sentimiento arcano, común y primigenio.
La poesía, el arte, sigue siendo una tarea de héroes que se implican con la aventura de la vida en su totalidad, que no la dan por supuesta ni se dejan llevar por la corriente común de un signo o del contrario, pues ambos empujan en la misma dirección.
Pero, para que esto sea posible es preciso que vayamos al origen, a la fuente y allí bebamos sin recato, sin miedo, su agua concreta y vivificadora.
Sé que muchos dirán “otra utopía” y yo no haré un alegato de las utopías como liberadoras, porque la vida sencilla y noble del ser humano integrado en su entorno es la única realidad que puede oponerse al hombre masificado y consumista, al hombre máquina, al hombre ilustrado, abstracto, intelectualizado y meramente racional, el hombre escindido, perdido.
Sólo religándonos a la naturaleza, a sus procesos energéticos básicos podremos comprenderla y comprendernos a nosotros mismos.
Nada contra la naturaleza. Sólo podemos perfeccionar la naturaleza, como hacían los alquimistas, colaborando con ella.
Editado originalmente en
http://eljaina.wordpress.com/category/leame-primero-para-no-perderse/
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